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La Frustración y el Impacto de Esta Legendaria Compañera

Si hacemos una revisión de aquellas experiencias en las que nos hemos sentido disminuidos, anulados, acorralados, limitados, impotentes, es decir, sin concretar nuestros propósitos, es porque nos hemos encontrado ante la presencia de una frustración. La frustración es una compañía inoportuna e incómoda que nos visita en variadas oportunidades a lo largo de la vida. Iniciamos muy temprano, como el caso de los infantes que arman rabietas ante sus deseos truncados. Conforme crecemos, las rabietas socialmente no son admitidas, pero en absoluto se elimina el malestar e intensidad al sentirnos obstaculizados e imposibilitados.

Detrás de muchas posturas antagónicas, ofensivas, depresivas, de huida o paralizantes, con frecuencia se esconden experiencias de frustración continuas. El cúmulo de frustraciones nos vuelve propensos a desplegar una actitud temporal o permanente de índole agresivo o bien, pasivo.

La frustración implica una situación mental y emocional donde una   persona percibe, real o imaginariamente, que sus metas e intenciones no se han podido alcanzar, bajo una resistencia del medio o de otras personas. De allí se derivan comportamientos negativos en la persona afectada, que sólo restan energías a sus nuevos propósitos, manifestando desprecio, pesimismo, intolerancia, resentimiento, rencor, retiradas dolorosas y toda una serie de conductas que minan la efectividad, el ánimo y la motivación para enfocarse en los nuevos desafíos que se desprenden del obstáculo experimentado.

Un escenario perfecto para desplegar nuestras experiencias de frustración es el trabajo, campo por excelencia donde abundan las necesidades y los recursos son limitados para solucionar dichas necesidades. El consecuente inmediato es precisamente, la frustración de los diferentes actores. En algunos casos se “ganará” y en otros se “perderá”, en tanto no podemos siempre disponer de todos los recursos para subsanar nuestras demandas. De las pérdidas se generan las respuestas destructivas como reacción a los cercos que nos imponen.

La frustración tiene un parentesco de primer grado con la inmadurez. Las personas maduras suelen tomar una postura constructiva frente a los acontecimientos adversos y contrarios a sus propósitos; se lamentan, por supuesto, sobre lo vivido, incluso pueden armar berrinches momentáneos, luego se reparan, reaccionan y retoman el rumbo bloqueado temporalmente por el episodio frustrante. Con enfoque de madurez, la frustración se convierte en caudal de energía y en una potencialidad para ingeniarse otros medios que nos faciliten el objetivo deseado o bien, revisar éste y transformarlo. Más que derrota se considera trampolín para nuevos escenarios. Invita a la acción, evitando la contemplación de heridas que resulta perjudicial.

Las personas cuya madurez es menor, ante los hechos frustrantes reaccionan con un comportamiento que supera su tolerancia y se desbordan en acciones autodestructivas, gastando energías torpemente al grado que sus mismas acciones generan mayor frustración a la original. Así inicia una dinámica descendente, donde sus mismas actitudes robustecen una cadena de sentimientos negativos. El foco de su atención se centra en la inmediatez de lo impedido y la mágica y caprichosa concepción de que sus anhelos deben ser cumplidos bajos sus criterios, condiciones y tiempos.

El problema fundamental de la frustración radica en la falta de tolerancia de manejar esos episodios lastimosos. Como ya se mencionó, todos sin excepción, experimentamos a lo largo de nuestras vidas una serie de acontecimientos que nos limitan y que nos recuerdan nuestra vulnerabilidad y fragilidad. Es retomar la conciencia que somos humanos limitados y no semidioses que controlamos “todo” a nuestro antojo. Experiencias de frustración sólo es cuestión de tiempo, más tarde o más temprano, nos sobrevendrán cualquier tipo de momentos que nos golpean y contraminan. El factor diferenciador para superar esos momentos desestabilizadores, radica en la actitud reflexiva y objetiva, contrarrestando el impulso de reaccionar con una emoción nociva. Es básicamente, tolerar internamente y manejar externamente esa sensación y percepción de anulación y derrota.

Además de la tolerancia, el otro factor clave para enfrentar la frustración, es sobreponerse con rapidez a la experiencia. Dejar ese comportamiento de autocompasión y evitar prolongar la victimización. Lejos de eso, asumir un rol protagónico y valiente para volvernos nuestros propios salvadores y con carácter enérgico enfocarnos a salir de ese atolladero de sentirse vapuleado y obstaculizado.

Otro elemento que agudiza la frustración es que quienes la sufren esperan que para superar la sensación de malestar la única solución inmediata es que las personas o condiciones que provocaron dicha frustración, cambien a su favor. Dejan de ver la posibilidad que el bienestar sobrevendría al cambiar ellos mismos. Considerando que las probabilidades que los otros cambien es menor, nos enfrentamos a una frustración casi permanente. En contraposición, y de forma digna y objetiva, deberíamos revisar aquellas ideas y comportamientos que podríamos modificar nosotros mismos a fin de restarle poder y control a la vivencia frustrante.

Ligado a lo anterior, la frustración se perpetúa ante la incapacidad de las personas a ver opciones para enfrentar su malestar. Carecen de la visión de proyectar contextos que ayudarían a salir de esa tortura emocional. Frente a los obstáculos, es el momento preciso para cuestionar lo hecho y proyectar otras rutas. Ahora la energía tiene un cauce: la exploración de accesos que nos podrían llevar a la gratificación de crear, realizar, progresar y, sobre todo, de despertar a la realidad de que los obstáculos son una escuela perfecta para fortalecernos y no para debilitarnos.

Si no tienes ganas de ser frustrado jamás en tus deseos, no desees sino aquello que depende de ti”- Epicteto de Frigia

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