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¿Por qué Perdemos el Tiempo?

Existe una frase popular “no tengo tiempo” y a ella le damos toda la justificación de nuestras derrotas diarias y las de la vida. Detrás de ese argumento se esconde una fabulosa incapacidad de hacerme responsable de lo único que me pertenece: la vida.

No obstante, bajo argumentaciones como ésa o similares diluimos nuestros recursos sin alcanzar una productividad que hoy por hoy y por siempre es necesaria para toda persona de perfil superior.

Una expresión más acorde a esa incapacidad debería ser “no sé administrar mi tiempo”, no sólo es elegante si no desenmascara las engaños que nos hacemos a nosotros mismos. Al decirlo con claridad comenzamos a verlo con claridad también. Ahora bien, ¿Qué implica “Administrar el Tiempo”? Básicamente implica tener la capacidad de conocer un horizonte, su entorno y saber cómo mantenerse en el rumbo para llegar a los propósitos definidos.

Lo cual conlleva cierto grado de complejidad ya que requiere conocerse a cabalidad, sabiendo con qué recursos cuento y quién soy en mi esencia; debemos tener presente que el único medio con que contamos para llegar a un lugar somos nosotros mismos.

Al tener esto claro, prosigo con la definición de mis objetivos fundamentales, para ello debe reconocer en que área se encuentra, cuál es su función y determinar metas capaces de guiar su accionar. Sin olvidar que no es un ejercicio académico, aunque requiera de formulación precisa de lo contrario al no hacerlo con criterios definidos estaremos creando las nuevas causas para desorientarnos de nuevo.

La formulación precisa es vital pero el fundamento es la acción a seguir, que más que formular ¿qué haré? es ¿cómo lo haré?, bajo un concepto de eficiencia. Estamos en el momento de trazar la ruta critica para lograr mi objetivo. Son planes tácticos y realistas para acercarnos a nuestras metas básicas. Pareciera obvio qué hacer, pero resulta que en la práctica se convierte en una nebulosa que nos lleva a dispersar acciones para perder oportunidades. Si se logra definir cómo llegar, la faena debería ser transitable y predecible.

Ahora bien, tener la capacidad de ordenar, organizar y concretar esas dos tareas fundamentales: objetivos y planes, son tareas titánicas, que el sólo hecho de formularlas no garantiza que hayamos logrado administrar nuestro tiempo, pero hemos logrado algo fundamental, es decir, contar con claridad de lo que debemos hacer.  Lo que resta para su concresión está unido a un factor aún más relevante, el compromiso y la disciplina para llevar a cabo las acciones enunciadas.

Y cuando entramos al campo del compromiso y disciplina incursionamos a un campo complicado de asimilar en tanto que hábitos nocivos incrustados por años comienzan a ejercer su poder sobre nosotros saboteando todo intento por dar cumplimiento a los objetivos y acciones propuestas. Uno de los principales hábitos es la conocida postergación, tan afianzada en nuestra cultura latina, creer que contamos con el mañana para hacer lo que debemos hacer hoy. Pareciera lógico concluir que deberíamos adquirir un nuevo hábito, el de la disciplina. Es una conclusión válida que tendría su principal motivante en que de no adquirirla estaremos perpetuando la esclavitud de nuestra vida a un reloj y no a programar el reloj en base a lo que es prioritario en mi agenda de vida.

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