La Inteligencia Emocional ha resultado ser un concepto que ha generado toda una serie de comentarios desde serios y profesionales hasta apresurados y coloquiales, todo con el afán de involucrarse con un aspecto que desde siglos atrás ha existido, como lo es la humanidad misma, con la diferencia que ahora se le ha dado un nombre motivante y sugestivo.
Lo cierto es que el concepto de Inteligencia Emocional, resulta ser realmente relevante para comprendernos a nosotros mismos y comprender a los demás, elemento fundamental para el éxito no sólo en las relaciones personales y familiares, sino en las relaciones profesionales y laborales. Este término puede generar adeptos y adversarios. Adeptos ya que se trata de un elemento que despierta el interés por conocer los propios afectos, deseando comprender e identificar las causas mismas de un patrón típico de comportamiento. Y adversarios, sobre todo a nivel laboral, ya que se trata de un elemento demasiado subjetivo y vinculado usualmente a las expresiones de afectos descontrolados, incluso hasta histéricos. Lejos de las interpretaciones incorrectas, los elementos teóricos que se desprenden de este concepto es que cada individuo posee todo un repertorio de emociones dispuestas a presentarse en momentos que, incluso menos esperamos y que nos pueden provocar situaciones desfavorables y desventajosas en nuestro ámbito laboral. Por mencionar algo, no recordará usted más de alguna ocasión en la que se ha encontrado en una reunión donde pese a los planteamientos técnicos válidos y objetivos, ha sentido una sensación de rechazo hacia la exposición o hacia el expositor y hasta puede llegar a obstaculizar el proyecto mismo, por la única razón de no agradarle la persona que expone. O bien, podemos observar muchas veces que pese que haya un grupo de personas optimistas, basta que haya una tan sola persona negativa para bajar el promedio de entusiasmo de este grupo.
Las emociones lejos de parecer ser un aspecto desagradable del cual no estamos preparados para manejar y controlar, es un aspecto que, precisamente si no sabemos manejarlo y controlarlo, se presentará inexorablemente y nos hará perder tiempo y oportunidades. Como administradores de empresas estamos involucrados permanentemente con personas, las cuales presentarán tantas diferencias individuales que resulta ser una marcada habilidad poder administrar las personalidades de las mismas y lo cual implica saber abordar y potenciar la energía proveniente de las emociones.
Lo que resulta determinante, y se ha ignorado o se ha dejado sin profundizar casi siempre, es que las emociones no provienen necesariamente de una instancia obscura o caja negra de la que no tenemos acceso o puede resultar tenebroso explorar sus profundidades. Por el contrario, lejos de ello, las emociones pueden provenir de un factor mucho más común y familiar del que nos imaginamos. Ciertamente, las emocionen se ponen manifiesto a raíz de nuestros pensamientos. Las emociones ponen al descubierto lo que pensamos de algo, nuestro sistema de creencias, nuestros valores, lo que consideramos como éxito en nuestras vidas, nuestras metas y objetivos últimos. Cuando alguien dice sentirse temeroso, lo que está diciendo es que existe una situación particular que le genera amenaza a su esquema de vida sustentado por sus propias creencias sobre lo que debería de ser esta vida, y por tanto reacciona de esta forma.
La forma de pensar y los sentimientos están íntimamente relacionados. En realidad, sí ahora se siente de una forma determinada es debido a lo que está pensando en este mismo momento. No son los hechos los que nos hacen sentirnos de una forma y otra sino la forma que tenemos de interpretarlos. Esta es una verdad ya esclarecida por Epitecto siglos atrás cuando sostenía que “Los hombres se perturban no por las cosas que les suceden, sino por sus opiniones sobre las cosas que suceden”. Lo anterior nos hace reflexionar que para realizar un adecuado manejo de nuestras emociones conviene por tanto, realizar un adecuado manejo de nuestros pensamientos e ideas subyacentes.
Esto último deriva en estimular en nosotros mismos el pensamiento racional frente al pensamiento irracional, y para ello conviene comprender algunos de los principios fundamentales de dicho pensamiento:
1. La forma de pensar influye en el estado de ánimo. El principal factor que determina el estado de ánimo es la forma de interpretar los acontecimientos.
2. La información modifica el modo de pensar. Cuando más información tengamos sobre una situación, menos probable es que nos asuste.
3. El estado de ánimo afecta la forma de pensar. La atención suele depender del estado de ánimo. Si piensa en el pasado cuando esté desanimado, tendrá tendencia a recordar lo malo que le haya sucedido. Del mismo modo si está contento, recordará las cosas buenas.
4. Todo el mundo está propenso a tener ideas distorsionadas. Todos hemos experimentado estados de ánimo negativos basados en las ideas que luego se han demostrado equivocadas.
5. Ser conscientes de las ideas sin fundamento. Si es consciente de tener una visión distorsionada de la realidad, podrá cambiar de forma de pensar y de estado de ánimo. Puede obligarse a revisar su modo de pensar. Si le vienen a la cabeza ideas irracionales o parciales, sabrá combatirlas antes de que empiece la espiral descendente.
Este último principio puede resultar relevante en un proceso transformador y renovador de nuestras emociones. Será nuestra tarea poder estar vigilantes de los pensamientos inmediatos que tengamos frente a situaciones particulares y a la vez establecer las emociones relacionadas. Todo con el propósito de hacer cambios fundamentales en esa estructura de pensamientos recurrentes negativos y distorsionados.
No debemos olvidar que muchas de nuestras decisiones profesionales y personales pueden estar sustentadas en emociones que conectan con pensamientos irracionales, de allí la importancia de poder actuar con Inteligencia Emocional, es decir con la capacidad de aprender a reconocer el mensaje de las emociones y que nos lleva a identificar áreas vulnerables y demandantes de cambio personal.