Conforme aumentan las invitaciones frívolas y desencarnadas de vida virtual y socializaciones carentes de sentido, conviene recordar que los seres humanos tenemos la facultad de construir nuestra identidad desde la dimensión de encuentros auténticos y reales de vida con aquellas personas que circunstancialmente han llegado a nuestra dimensión personal.
Habrá que poner el énfasis necesario a estos encuentros que lejos de ser accidentales, bajo un enfoque de madurez se convierten en encuentros providenciales para la edificación de una vida en plenitud.
Los momentos de encuentro son momentos donde se detiene la dimensión individual para acoplarse con una dimensión realmente rica, aquella de integración con otro ser semejante pero diferencialmente valioso para hacer de mi individualidad una pluralidad de límites insospechables.
El encuentro inicia cuando se supera la superficialidad de lo aparente y se conecta con la profundidad de lo real de las personas involucradas en ese encuentro.
Se detiene el ritmo circular vacío y estancado para dar paso al ritmo circular pleno y ascendente donde dos personas dejan de ver su limitado espacio para comprobar que existe un espacio ilimitado donde puedo expandir mis experiencias de crecimiento bajo una dinámica critica, analítica pero sensible.
Ese encuentro no puede estar ajeno al servicio y a la ayuda de con quien tuve la fortuna de enlazar para generar un proceso interactivo de mutua construcción individual y grupal. Por tanto, no puedo abstraerme de sus necesidades, no puedo negarme a sus solicitudes silenciosas. He de generar acciones de ayuda y apoyo. El verdadero desarrollo de las capacidades se reafirman en clave de dos o más.
La experiencia de encuentro no es un fenómeno fácil de asimilar. Cúmulo de años de experiencia individualizada y reducida generan resistencia para incursionar en una realidad donde el otro o la otra comienza a tener más importancia que mi mundo poco cuestionado había ignorado anteriormente. El culto al sí mismo que ha generado un yo absorbente y limitado se resistirá a perder sus privilegios aunque los mismos no me hayan permitido avanzar ni evolucionar. Comenzamos entonces a desenmascarar a ese ego con careta de identidad real.
Con todo, existe una capacidad embrionaria de visualizar una riqueza derivada del encuentro de seres superiores y es ella la que debe ser alimentada y fomentada para proceder a rutas de vida que lleven a destinos trascendentes.
El factor clave para que ese encuentro prospere es el compromiso amigable y paciente de iniciar procesos de acercamientos continuos, graduales pero enfocados a descubrir tesoros del alma, del interior, que se puedan traducir en actos reales de aportación y maduración. La riqueza de los encuentros como pauta de conducta radica en transformar nuestras vidas desde las redes vitales de personas que han superado la trivialidad y construyen circuitos de energía mental y emocional que convergen en comportamientos capaces de generar una nueva realidad, aquella realidad enriquecedora y próspera como escenario para provocar nuevos procesos de cambio. Aquí yace la continuidad de un esquema virtuoso y generoso de vida.
Desaprovechar los encuentros es sencillamente dejar de vivir en cercanía cálida para sólo existir en una individualidad solitaria y fría. Elija usted, vivir o existir.