Al hablar de sufrimiento implicamos necesariamente el concepto de dolor, un pesar y una molestia tal que nos daña y nos socava. El sufrimiento es una condición de vida que nadie desea y que paradójicamente se encuentra presente en la vida de todo ser humano, cuyas manifestaciones traspasan los límites de la imaginación, sencillamente debido a que el sufrir puede ser físico o bien emocional o psicológico. Evidentemente el sufrimiento físico presenta claras manifestaciones de dolor, como una enfermedad, una herida, es decir, se fundamenta en un hecho real que vivimos. No así el emocional – o moral como dirían algunos - es un sufrimiento sujeto a la mentalidad y actitudes de cada persona, infundado casi siempre, lo que hace que este tipo de sufrimiento resulte complejo, impredecible y difícil de manejar.
Por otro lado, sabemos que existe un tipo de sufrimiento que construye en tanto fortalece, pero otro es el sufrimiento que destruye, aquel producto de nuestras ideas y creencias derivado de cómo hemos configurado “nuestro mundo” y que se nutre en una personalidad endeble. Nos concentraremos en éste último, en tanto es nocivo y claramente obstaculiza una vida sana y productiva.
He acá algunas causas que provocan un sufrimiento emocional. Observarlas y vencerlas nos llevará por un camino de progresión y bienestar personal.
1. El apego. Los seres humanos somos totalmente propensos a apropiarnos y adueñarnos de aquellos elementos que nos hacen sentir seguros y reconfortados con sensaciones de placer y poder. De bebes nos apoderábamos del objeto que nos proveía alimento, de la imagen materna o paterna que nos sustentaba resguardo y seguridad. Conforme crecimos esos objetos de satisfacción fueron adquiriendo variadas formas, más sofisticadas, elaboradas y disfrazadas, al grado que no podemos tipificarles o identificarlas fácilmente. Lo que sí se puede asegurar es que somos expertos en apegarnos a todo cuanto podamos: nuestras familias, propiedades, trabajos, privilegios, conocimientos, habilidades, en fin, de cuanto podamos echar mano. En ocasiones, hasta llegamos a la expropiación. Vamos almacenando nuestras “posesiones” conforme pasa el tiempo; el ego “evolucionado” afirma su nuevo rol en el adulto, asumiendo sutil pero también ferozmente dominios artificiales para resguardarse del medio. Los apegos son el común denominador de seres que pretenden alcanzar superioridad en función de sus posesiones y no de sus interiorizaciones, es decir de su tener en lugar de su ser. Podríamos preguntarnos ¿cuándo aparece este tipo de sufrimiento? Basta con recordar episodios de cuando perdemos un trabajo, una relación, un objeto de “valor”, es cuando sobrevienen momentos de pesar y agitación que nos perturba la existencia. Esta situación se complica ya que muchos de estos apegos ni siquiera son reales o tienen forma física; nos apegamos muchas veces a “ideas” de cómo deberían ser las cosas a nuestro alrededor y desde esas expectativas dogmáticas pretendemos vivir, aunque la vida tenga su propia dinámica que da al traste con nuestras pretensiones.
2. La poca tolerancia a la frustración. La actitud infantil de creer tener total poder y control de nuestras vidas nos lleva a que frente a determinadas circunstancias cedamos fácilmente a la tentación de incomodarnos y hasta estallar ante los obstáculos que se nos presentan y que limitan el logro de nuestros propósitos egoístas y solitarios. Al menor impedimento, manifiesto o potencial, solemos reaccionar o sobre reaccionar al grado de sacrificar nuestra incipiente estabilidad emocional, dando paso a emociones negativas que nos generan malestar tal que nos destrozamos interiormente. Volvemos al concepto que pretendemos regir el mundo desde nuestros planes y antojos. Al no cumplirse, toma lugar un sufrimiento ensordecedor que evita que escuchemos que las reglas del juego de la vida implica que constantemente nos encontraremos con situaciones de frustración y que en lugar de verlas como bloqueos deberían percibirse como sanas experiencias de crecimiento en tolerancia y cambio de acciones para alcanzar mejores resultados.
3. Inflexibilidad ante los cambios. Por alguna perversa experiencia de aprendizaje solemos tener una concepto errado que la vida debe ser inalterable, sobre todo cuando las condiciones parecen ser satisfactorias y quisiéramos que el tiempo se paralizada y no hubiese cambio alguno; una especie de congelamiento mágico. Aquí radica uno de los principales causantes de la infelicidad, al dejar de reconocer que el universo tiene su trayectoria independientemente de nuestros deseos. Todos sabemos que nada es permanente y aun así actuamos caprichosamente cuando se nos presenta una situación de cambio. En lugar de reconocer que esa felicidad pasajera tomó su lugar y ahora debe desaparecer, nos aferramos a nuestras ideas de que algún evento del destino mal intencionado nos está bloqueando y afectando, impidiendo la continuidad de los hechos placenteros. Cualquier experiencia que vivamos es temporal, unas más largas otras menos, pero todas tienen un inicio y un fin. Deberíamos aprender a abrazar cada momento y luego cuando concluya su “vida útil”, pues aprender a decir adiós. Por decir algo, sí aparece la vejez, pues bueno, aceptarla y darle la bienvenida, sabiendo que viene acompañada de síntomas pocos deseables. Si acepta el cambio saludablemente se preparará para manejarla de forma sensata. Resistirse, no la elimina, incluso la complica. Sí no cambia con el cambio, a lo que tendrá que darle la bienvenida será más bien, a mucho más sufrimiento.
El común denominador de cada uno de los tres apartados anteriores es que existe una percepción de pérdida; sentimos que estamos perdiendo algo que nos “pertenecía”: un trabajo, un objeto, una oportunidad, la permanencia, etc. Esa aparente o real pérdida es la que se interpreta como dolorosa y que lastima una falsa autoestima. Transformar ese concepto de haber dejado de “poseer algo” por un concepto de “despojarnos de algo” es una creencia enriquecedora para sobreponernos a lo aparente y resaltar lo realmente valioso.
De igual forma, ese sufrimiento auto infringido se propicia desde una clara negación de la realidad, pretendiendo forzar condiciones de las cuales no poseemos ningún control. Al no aceptar la realidad somos propensos de tiranizar nuestras vidas con presiones sin poder e influencia que sólo terminan minando nuestro ser. Dejamos de sufrir cuando aceptamos con docilidad aquellas realidades sobre cuales no podemos hacer absolutamente nada, sino apreciarles como una posibilidad de renovarnos.
La buena noticia de todo esto es que al experimentar algún tipo de sufrimiento injustificado, nos enfrentamos a la imperiosa necesidad de desenmascararlo y afrontarlo. Podemos hacer una revisión de nuestras ideas infundadas y prejuiciosas para dar paso a un nuevo concepto de vivir. Sí actualmente poseemos ese mal hábito, y ya que hablamos de cambio, pues será el momento preciso de mudarlo por un hábito positivo enfocando nuestras energías en la edificación y realización desde cualquier realidad que nos toque vivir.
“El sufrimiento depende no tanto de lo que se padece cuanto de nuestra imaginación, que aumenta nuestros males.” - Fénelon
“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.” - Viktor Frankl
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