desemp_logo
boletines
El Afán por el Prestigio, Protagonismo y Gloria ¿Nos Acerca o nos Aleja del Camino?

Es maravilloso observar como muchos niños disfrutan y se gozan de una vida sencilla pero rica en experiencias presentes, tomando cada instante como un encuentro único, irrepetible, sensible y gratificante. Su natural curiosidad, agudeza, búsqueda, sencillez e intrínseco sentido de jugueteo espontáneo le permiten disfrutar sin tener que desembolsar ni perder nada de sí mismos. Y digo, muchos niños, ya que muchos otros, están perdiendo este caudal de placer sano. Estos pequeños seres aún mantienen incorrupta sus creencias de lo que es gozoso y estimulante.

Pero ¿qué nos sucede que echamos a perder esa diversión garantizada de vivir? Se ha dicho que el cinismo viene con la edad y con la edad también sobrevienen una serie de pérdidas de nuestros tesoros. Conforme crecemos, entramos a un proceso continuo de aprendizaje y en él adquirimos toneladas de ideas y creencias que gradualmente van soterrando nuestra naturaleza y nuestra riqueza esencial. Uno de estos nocivos aprendizajes radica en la creencia que debemos ocupar posiciones o roles protagónicos en nuestras vidas, a fin de tener una existencia relevante, plena, fabulosa y así dejar de ser uno más en medio de los demás.

Es de este modo, como da inicio una de las mayores ficciones de la vida: alcanzar la cima y así poseer fama, reconocimiento, renombre y figurar, lo que nos hará tener una vida espectacular y majestuosa. En función de esta ilusión, generamos todo un patrón de comportamiento, refinado normalmente, imperceptible para nosotros mismos, pero eficaz, para ocupar tiempo y energías en construir una “imagen” que venda en los otros un mensaje que somos capaces para ser considerados como “mejores”, con valía suficiente para destacarnos en posiciones sociales y laborales. Pareciese que solo importa algo: que lo que hagamos, sin discriminar el ámbito donde estemos (hogar, trabajo, estudios, vecindario, sociedad, amistades), debe enfocarse primordialmente a que debemos imponernos al grado que se visualice y reconozca nuestra “superioridad”.

Ese afán perenne se agudiza en ambientes laborales donde se premia el individualismo en menos cabo de la integración de equipos productivos. De hecho, ocupamos recursos ilimitados para ganar estatus que, en aportar realmente al crecimiento empresarial, ya que difícilmente se podrá progresar íntegramente propiciando protagonismos individuales. Mientras eso sucede, otros en la misma organización apuntalan sus armas para derribar al contrincante de sus pedestales y así ellos ascender y en esta dinámica más que poseer un organigrama, acabamos por construir verdaderos “organidramas”.

La danza tribal alrededor de hacernos de honores y los rituales para conservarlos adquiere una robustez tal que se incrusta en nuestra mentalidad al grado que nos parece “natural” aspirar a los triunfos de un sistema altamente competitivo, frío e insaciable. Y es así como nos concentramos en ganar méritos en reconocimientos efímeros que sólo tienen sensación de placer y satisfacción, en tanto subsista el espectáculo artificial de reflectores y los aplausos de un público vacío y frívolo. Bajo ninguna circunstancia lo anterior puede tener persistencia y sustentación, fundamentalmente porque son placeres vanos, caducos, y que, en el carrusel de la vida, es cuestionable quienes pueden entronizarse en una posición “privilegiada”. Más tarde o más temprano, acabará y el descenso es seguro. De allí que mucho de la dinámica que se vive es la de esmerarnos irracionalmente en obtener ese encumbramiento y exaltación del ego, y luego, en mortificarnos al pensar en perderlo eventualmente.

Asociado a la búsqueda de “triunfo” y prestigio, está la constante lucha de egos entre los machos alfas de nuestra cultura competitiva, en la que se despliega cada estrategia y táctica para hacernos de poder fugaz que nos permita la débil y transitoria sensación de “ser” alguien. Lo paradójico está, que lejos de ser alguien acabamos por ocultar nuestro verdadero ser, perdiendo lo fundamental por una idea jactanciosa. Es así como podemos observar historias de personajes “exitosos” en su momento y luego verlos devastados por el declive del imperio ilusorio construido. En esta derrota real hasta difícil resulta hacer uso de sus recursos internos como la razón, la humildad, la sensatez, el balance o la prudencia, porque estos quedan subyugados por las destructoras ideas de ganar protagonismo externo a cualquier precio.

Al final de todo este proceso, habremos consumido exceso de energía, ansiedad, frenesí y tiempo para sólo percatarnos que, aunque hubiésemos logrado un breve espacio de “gloria” y elogios fútiles, producto de alimentar nuestra vanidad, es algo pasajero, perecedero y sin valor real. Lo que nos desvió de una vida sobria, serena, centrada en valores como la verdad, el crecimiento del interior y el disfrute de relaciones constructivas; todo ajeno a la creencia que sólo podemos alcanzar la felicidad si asumimos roles agigantados en nuestro entorno inmediato.

Para nuestra fortuna, esos planteamientos que nos hicieron creer como ciertos y pétreos, sólo resultan ser ideas superficiales y frágiles que, con un constante ejercicio de tomar conciencia de su disfraz, hará que podamos liberarnos de su dominación y propiciar una existencia realmente significativa y valiosa. Ahora la creencia a prevalecer debería ser la satisfacción de llevar una vida sabia, libre, ponderada, reflexiva y constructiva, en sintonía con nuestra naturaleza primaria: la de ser personas auténticas, coherentes con nuestro verdadero ser. Sí debe prevalecer un afán, debería ser éste. Aunque requiere esfuerzo, puede alcanzarse en tanto mantengamos la voluntad por retomar el verdadero sentido de una vida que vale la pena ser vivida.

“Que tontos son aquellos que se alejan de lo que es real, verdadero y duradero y en cambio persiguen las formas fugaces del mundo material, formas que son simples reflejos en el espejo del ego” - Han Shan

www.coachinginteractivo.com

Compartir Artículo