Si debiésemos hacer una analogía y crear metáforas sobre el comportamiento normal y sano de las empresas, con el comportamiento normal y sano de las personas, podríamos llegar a establecer comparaciones, forzadas quizá, pero al final útiles para efectos de determinar que las organizaciones también pueden evidenciar síntomas de posibles trastornos que dañan su funcionamiento llevándolas a su debilitamiento, atrofia, improductividad y eventualmente a su deceso o muerte. De allí que podríamos utilizar el término de “patologías” empresariales para hacer referencia a aquellas disfunciones “orgánicas” de las empresas que no le permiten funcionar de acuerdo a los fines para los cuales fueron creadas.
Claro que sí de enfermedades empresariales se trata existirán de muchos tipos, por mencionar algunas: trastornos en el enfoque estratégico de la empresa, lo que lleva a no contar con una clara visión o propósito final de hacia dónde se quiere llegar, o bien en la estructura misma de funcionamiento o en los procesos y sistemas de trabajo, manteniendo cuerpos grasientos y sedentarios, así como desarrollando actividades desarticuladas y poco redituables. No obstante, en esta oportunidad nos gustaría abordar aquellas enfermedades propias de las empresas en el área del recurso humano, que al final de cuentas es el área que da soporte al funcionamiento general en toda organización.
Al efectuar un diagnóstico de cómo operan las empresas en la dimensión humana pueden observarse diversos trastornos que variarán en tipología y grado; algunos de los más frecuentes se mencionan a continuación.
1. Falta de Liderazgo. Sin duda esta enfermedad, poco notoria, silenciosa diríamos, se encuentra presente mucho más de lo que se cree. Y no resulta tan notoria sencillamente porque se simplifica el hecho de que cuando existe un jefe existe liderazgo, o al menos alguien que dirige, situación que no siempre sucede. La falta de un verdadero liderazgo lleva precisamente a dejar de lado la concresión de metas superiores e ilusionantes, es como carecer de una visión de que la vida empresarial debe de continuar pese a las adversidades y para ello habrá que buscar formas más creativas de funcionar o hacer las cosas; todo con al finalidad de subsistir y ante todo de mantener la competitividad empresarial o dicho de otra forma, mantener la actividad y efectividad.
2. Equipos de trabajo disfuncionales. Por supuesto que si utilizamos la palabra “disfuncionales” ya dejan de ser “equipos” y se convierten en “grupos”. Cuando prevalecen los grupos y no los equipos se concibe el germen del conformismo, la apatía y la desintegración entre los miembros de las empresas. Es usual encontrar verdaderas fronteras entre las unidades organizacionales, protegiendo territorios y amenazando para mantener la “autonomía”. Debates se convierten en combates en función de que prevalece la desconfianza mutua por lo que todo intento de integración, coordinación, cohesión y realización terminan siendo buenas intenciones pero pocas realidades. Puede usted imaginarse que al igual que el cuerpo humano sí un órgano específico falla ¿cómo funciona el resto del cuerpo?, entonces qué se espera de las empresas sí una o varias unidades fallan, obviamente el funcionamiento global no será el óptimo.
3. Relaciones interpersonales deterioradas. Muy relacionado con el punto anterior se encuentran las conflictivas relaciones entre los miembros de una misma empresa. Conflictos que pueden ser latentes o manifiestos y que llevan a un infructuoso desgaste ante la constante tarea de defenderse y atacarse, o al menos de estar vigilante, causada por la usual paranoia de que alguien socavará el piso, situación que muchas veces más que fantasía es una penosa realidad. Frecuentemente el recelo, la desconfianza y el temor son tan marcados que el espacio mental que ocupa la persona para defenderse de amenazas reales o imaginarias es tal que le resta concentración y capacidad de gestión.
4. Comunicación defectuosa. El eterno trastorno en todo ámbito donde intervienen los seres humanos, sobre todo en una empresa, donde los códigos y mensajes que no se canalizan adecuadamente o se desconfiguran en el proceso, puede tener consecuencias nefastas no sólo para los involucrados en un proceso específico de comunicación sino para la empresa misma. Subyacente a la mayoría de disfunciones empresariales se encuentra una inadecuada comunicación, obstaculizando y limitando los mensajes y los vasos comunicantes necesarios para viabilizar el entendimiento mutuo.
5. Desmotivación. Cuando existe una desvitilización al interior de las empresas nos podemos estar encontrando con la intención tácita de provocar una disminución en la productividad que muchas veces nos puede llevar a la muerte misma. Sin necesidad de ser un experto en comportamiento organizacional, todos podemos percibir cuando ingresamos a una empresa el grado de motivación de sus miembros, a través de sus actitudes y comportamientos en todas las áreas observables, sobre todo las que implican el trato con los clientes. Sin lugar a dudas la desmotivación tiene diversas causas como necesidades tienen las personas, de allí que se observa que el contrato psicológico entre los empleados y los empleadores no se ha efectuado o bien se ha deteriorado, es decir, ese diálogo directo, franco y abierto en los que tanto unos como otros acuerdan cumplir con las expectativas mutuas de lealtad, estabilidad, seguridad, esfuerzo, rendimiento, etc. La falta de motivación del personal de la empresa facilita un pronóstico nada favorable, de descenso en las operaciones, en virtud que las voluntades de los involucrados son las que terminan al final de cuentas provocando unos u otros resultados en las organizaciones y ¿qué podría esperarse de ellas sí el personal ha perdido las “ganas”?. Adicionalmente esta falta de ganas puede resultar contagiosa, mucho más que el deseo de hacer bien las cosas. La falta de motivación equivale a un deseo de no continuar la vida de un proyecto y muchas veces hemos observado que para que un paciente, con alguna enfermedad terminal, sobreviva se requiere de un vehemente deseo de subsistir.
Estos trastornos empresariales pueden variar en síntomas, manifestaciones, intensidades y grados. En la medida que se diagnostiquen y se intervenga en esa medida se estará actuando oportunamente para evitar que el mal se propague. En estos casos evite las tentaciones de subestimar el problema o de automedicarse, no habrá que olvidar que probablemente muchas de las empresas cuyos obituarios hemos presenciado habrán hecho caso omiso de estos padecimientos y sus formas adecuadas de tratarlos.