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La Manía de Arrastrar Nuestras Zonas de Confort

Conforme avanzamos en nuestras vidas vamos acumulando experiencias a granel, muchas de ellas exitosas y otras cuestionables pero siempre son elementos de conformación de nuestros perfiles personales. Ambos tipos de experiencia nos llevan a un promedio de vida en el cual nos manejamos normalmente. Lo curioso es que el ser humano aunque se encuentra afanado en la búsqueda constante del éxito, la “tierra prometida” o del sueño “americano”, suele caer en un letargo nocivo que no siempre se percibe pero que se realiza en cada momento en que nos conformamos y acomodamos frente a un proceso exterior que sigue su propia dinámica y que riñe con esa comodidad. Hablamos entonces que nos vemos inmersos en una actitud de permanente desidia que se alimenta de una zona de confort tan amplia que absorbe a la vida misma. Es donde apacentamos nuestras vulnerabilidades legitimando un estilo de vida mediocre y poco autoexigente, conformándonos con hacer lo ya hecho y no aportar algo mejor y mayor para nuestras vidas y la de los demás.

Pese a percatarnos, por diferentes señales, que nos encontramos inmersos en la zona de confort, resulta titánico cambiar esa postura de vida y lejos de distanciarnos de ella, pareciera que nos enfrascamos en una actitud pasiva de aceptación y resignación, que nutre la misma zona de confort y es así como ésta expande su poderío.

Lo cierto es que aunque la persona se entere que se encuentra en una zona de confort no suele actuar en su contra; casi de manera contemplativa determina su perjuicio y de igual forma le otorga una legitimidad, superior a sus anhelos de transformación, que anula todo intento de cambio.

Pero ¿por qué nos vemos paralizados ante el desafío de desarticular nuestras zonas de confort aún conscientes de sus perjuicios? Aquí algunas razones:

  1. El hábito. Sin habernos percatado llega un momento en que nuestra acomodación es tal que se ha convertido en un patrón habitual de ser, casi intrínseco a nuestra personalidad, e incluso con cierto grado de orgullo infantil hasta nos definimos de uno u otro rasgo personal que justifique la conformidad en la que nos encontramos. Después de muchos años con un patrón establecido lejos se estará de cambiarlo con facilidad. El hábito nos atrapa en una circulo vicioso tan ruin que nos parece lo más razonable el tipo de vida que llevamos, pese a los resultados endebles que demostramos en el día a día. Su poder es tal que aunque iniciemos una acción para cambiar nuestro estado actual, se impone la repetición de lo que hemos sido hasta ese momento.
  2. La fatiga. El conocido dicho “la fatiga vuelve cobarde a cualquiera” acá encuentra buena aplicación. Pues bien, las personas llevamos largos procesos de luchas personales ante un medio voraz, impredecible y demandante; las consecuencias normalmente son agotamientos crónicos que no nos permiten actuar con vigor y valentía. Producto de esa constante batalla de vida, obtenemos personalidades débiles y vulnerables, que ocupa sus pocas energías para sobrevivir el día a día y sus afanes, sin contar con reservas para enfrentar una desafío mayor como el de salir de nuestras zonas de confort.  Para llevar a cabo un cambio genuino se requiere de energía, voluntad y ambas no pueden encontrarse en un cuerpo y una mente fatigada de una vida insulsa.
  3. Falta de carácter, compréndase como la falta de dominio personal en el cual la persona define una meta y se compromete a cumplirla. Acá de nuevo hace efecto el hábito y la fatiga, ¿qué puede esperarse de motivación personal si estamos atados con esos dos condicionamientos férreos?, cuya desarticulación requiere precisamente de una voluntad mucho mayor que dichos condicionamientos. Precisa, por tanto, un acto de trascendencia y consecuencia, donde la decisión de cambio supere las aparentes amarras del hábito y el agotamiento, bajo la convicción consistente que dicho cambio generara reales beneficio de vida.

El principal problema de la zona de comodidad es que la misma genera su propia dinámica involutiva acarreando niveles cada vez más inferiores de vida que le restan la dimensión autentica de realización humana de la vida de la persona.

Resolver acabar con ello es un imperativo que deberíamos proponernos como empresas y como personas, generando las condiciones que gradual y sistemáticamente nos vayan evacuando de esa zona de desperdicio. La resistencia se hará sentir, sin duda alguna, no obstante debemos mantenernos firmes en una clara convicción: que la comodidad es antinatural para el crecimiento humano y que sólo un esfuerzo constante nos hará superarlo, lo cual si es lo natural en un ser que evoluciona. Es el concepto crítico a recordar para desmantelar la tienda de campaña que nos abriga y da sombra para construir una verdadera edificación sólida que nos albergará permanentemente contra las inclemencias de la vida.

“Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá” – Harold Macmillan

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