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El Mayor Fracaso de la Vida

Sin discusión alguna la vida de todo ser humano conlleva capítulos, más o menos frecuentes, pero siempre presentes, de fracaso. Sencillamente sobrevienen dichos fracasos ante la actitud del hombre y la mujer de diseñar y ejecutar planes diversos, de los cuales muchos o algunos se realizan pero otros NO. El fracaso no requiere mayor explicación que la no concreción de un logro importante para alguien, es una derrota a nuestros sueños o anhelos inmediatos y mediatos.

Desde siempre nuestros deseos y el concepto de éxito han estado presentes. Al no materializarlos, por tanto fracasamos. Existen diversos tipos de fracasos: familiares, laborales, personales, económicos, sociales. A la base de ellos encontramos los típicos afanes sin espíritu de la vida moderna. Las personas concentran exceso de energías y muchas se agotan y se rinden ante este tipo de fracaso. No obstante, sólo un fracaso conlleva una connotación fundamental, es decir, el incumplimiento del mayor de los logros que una persona debería alcanzar. ¿De qué hablamos? Sin preámbulos, nos referimos a no alcanzar el propósito supremo para el cual fuimos creados. No es nada oculto, más real no podría ser: todos fuimos creados para algo especial, diferente, único. Está intrincado en nuestra naturaleza individual.

Aclaremos lo anterior. La mayoría de los fracasos sobrevienen de conceptos de vida, estándares y valores que se nos han ido agregando en nuestro proceso de socialización, educación y formación. De allí que juzgamos el fracaso desde lo que aprendimos de una cultura compartida. Es por eso que la experiencia de fracaso se pone de relieve no necesariamente ante nuestros ojos, si no ante los ojos de los demás. No es tanto que lo perciba yo si no que el relieve mayor es que otros perciben que no alcance algo específico que es sinónimo de triunfo. Las miradas de los demás están enfocadas en mi persona y me ponen en evidencia ante ellos y en función de sus “valores” y no necesariamente en función de los míos. Allí inicia el verdadero fracaso, haber transigido y cedido a los criterios de otros sobre lo que es realmente valioso para mi vida y no haber actuado desde mi marco personal.

Por tanto el mayor fracaso radica en la incapacidad de ser quiénes somos y hacer lo que debemos hacer desde esa identidad. Resultaría lamentable, verdaderamente lamentable, sí al final de nuestros días habríamos logrado cargos relevantes, ingresos, posesiones, familia y aun así tener una sensación pesada de que “falta algo”, “falta más” y no por saturación y ambición desmedida, sencillamente porque el principal logro no radicaba en todo lo anterior, aunque la sociedad así lo determinara para ser una persona “plena y completa”. Lo cierto que el mejor juez, el mejor crítico y el mejor espectador con visión aguda para determinar sí hemos logrado lo debido, somos nosotros mismos desde nuestro código, nuestros valores fundamentales y nuestra dinámica interior profunda.

A todos nos agrada la sensación de éxito, ocupar una posición, ser reconocidos y tener un significado; lo cual nos lleva a someternos a los criterios exteriores de lo que es ese éxito y sin reparar mucho, terminamos abortando nuestro éxito real personal por un éxito social impersonal, que en definitiva jamás llenará a cabalidad nuestro ser.

Ese éxito para muchos, entonces se traduce en poseer cada objeto que me permita empavonarme ante los demás, a través de vehículos, casas de ensueño, cuentas bancarias, viajes, etc. Todo lo anterior hace que terminemos empeñando nuestra propia vida, a cambio de logros banales e insustanciales. Logros que al perderse física o socialmente, para muchos ha implicado el suicidio real o existencial. No hay nada de negativo en poseer lo anterior, la dificultad sobreviene cuando lo negociamos por encima de nuestra meta principal de vida.

El verdadero talante de alguien con definición auténtica de sí mismo/a radica en la capacidad de escuchar su interior y dar respuesta objetiva y precisa a sus solicitudes esenciales para cumplir con la finalidad de tener una vida ciertamente digna. Libre de presiones externas por muy sutiles que se presenten. No olvidemos que dichas presiones sobrevienen desde diversos actores con poder relativo sobre nosotros: religión, cultura, trabajo, familia. Al final de todas esas presiones, con buena dosis de suerte, podría aparecer un YO debilitado y casi sin oxígeno para actuar.

¿Es fácil entender y cambiar lo anterior? Pues no, no lo es. La presión externa es potente, no sólo por su insistencia si no por sus trampas institucionalizadas para provocarnos hacer cosas que no haríamos de ser libres en verdad. Muchas personas logran identificar el verdadero concepto de éxito al reconocer su propósito en la vida y aun así no son inmunes a esa presión. Recordemos aquel personaje que tomó conciencia que su llamado era claro para ser líder de una institución que ha sobrevivido hasta ahora, y que fue sometido a presiones y acusaciones de otros sobre su pertenencia, y pese a su convicción inicial, al ser presionado, respondió “que me caiga una maldición si les miento, les juro que no conozco a ese hombre”. Vea usted sí este no es mayor fracaso que perder una casa, un trabajo; es perder mi decisión, mi compromiso y en definitiva, mi identidad. Así pueda tener la capacidad económica de viajar por el mundo entero, habré perdido la capacidad de viajar por mi espacio interior que no tiene límites.

Por fortuna el aspecto positivo del fracaso radica en que tengo la oportunidad, si no la obligación, de rectificar y reivindicarme frente a mí mismo/a, no para satisfacer a los demás si no para satisfacer mis motivaciones más genuinas y encarnadas en mi ser fundamental. Ante la vivencia de este tipo de fracaso, el de verdad clave, puede sobrevenir la reflexión, la interiorización y la resolución. El poder reconocer la derrota de mi vida es básico para poder proponerme superar el único y mayor desafío de la vida: lo que debo ser y hacer para trascender como el ser único que he sido creado.

“Cuando entro en mi cuarto solitario después de un fracaso, éste no me hiere. Pero si estuviese obligado a encontrarme con los ojos interrogadores de mi mujer y tener que decirle que he fallado nuevamente... No podría soportarlo.” - Johannes Brahms

“Cómo podrías renacer sin antes haber quedado reducido a ceniza.” -Friedrich Nietzsche

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